Consultamos a los adultos responsables por su percepción acerca de los cambios emocionales y/o conductuales que puedan haber notado en la fase de pospandemia. En primer lugar, en cada grupo etario, los adultos responsables seleccionan la opción “no he notado cambios” en un 22,7% a 37,8%. Esto implica entonces, que el 62,2% a 77,3% de los padres, madres o tutores identificaron al menos algún cambio emocional en el NNA a cargo en el período pospandemia. Los adultos responsables de jóvenes que se encuentran en los dos primeros grupos etarios (6 a 11 años y 12 a 14 años) son quienes optan por seleccionar cambios emocionales en mayor medida.
Entre los distintos cambios seleccionados se destaca en primer lugar la opción “le he notado más ansioso/a”. Este es el cambio seleccionado en mayor medida: por 3 a 4 de cada 10 adultos responsables. Además de que la selección es mayor en el caso de las jóvenes adolescentes (15 a 17 y 18 a 20 años).
La hiperactividad es seleccionada de manera predominante en los grupos etarios de menor edad (6 a 11 años y 12 a 14 años). También se observó una mayor selección de dicha opción para los varones de tales edades.
La agresividad es otro de los cambios seleccionados principalmente para los niños y jóvenes varones a lo largo de los 6 a 17 años. Luego los valores se revierten pero no muestran diferencias sustantivas de género.
Por otra parte, la tristeza y la depresión son frecuentemente identificadas en niñas y mujeres jóvenes. Alrededor de 2 de cada 10 adultos (19,6% y 21,3%) menciona notar “depresivo” al adolescente de 15 a 17 y 18 a 20 años respectivamente. Para el caso de los jóvenes de 12 a 14 años esta cifra solo desciende al 16,1%. La selección de esta opción es sustancialmente mayor para el caso de las adolescentes jóvenes respecto a sus pares varones.
Es interesante destacar la predominante selección de esta primera opción sobre la opción “le he notado triste”. Si bien los adultos no se encuentran necesariamente en condiciones de diagnosticar depresión en los menores a cargo, la mayor selección de la primera categoría sobre la segunda nos intenta demostrar que estos adultos enfrentados con estas dos opciones, entienden que lo que acontece al joven no es suficientemente abarcado en el adjetivo “triste”.
Los adultos podrían estar visualizando en este último adjetivo, una alusión a un episodio de tristeza más inmediata, concreta en el tiempo y vinculada a una situación particular. Mientras que por otro lado un estado depresivo podría significar para los padres una tristeza profunda y sostenida en el tiempo.
“Le he notado más feliz” es de todos los cambios emocionales el menos seleccionado: el 6,5% para los niños y niñas de 6 a 11 años, el 11,4% para los de 12 a 14, el 7,5% para los de 15 a 17 y 7,4% para los de 18 a 20 años de edad.
Otros de los cambios emocionales o conductuales evaluados fue la reticencia del NNA a salir del hogar. Los adultos responsables de jóvenes de 12 a 14 años son quienes seleccionan en mayor medida este cambio (23,2%). Igualmente la cifra no alcanza valores demasiado disímiles en las restantes franjas etarias.
La dispersión es identificada en mayor medida para los grupos etarios de menor edad. Así 1 de cada 4 adultos responsables ha notado más dispersos/as a los niños y niñas de 6 a 11 años de edad.
En síntesis, la abrumadora mayoría de los adultos responsables identifica cambios en los NNA en la etapa de pospandemia, siendo la ansiedad el cambio predominante y la depresión una preocupación latente principalmente para los tutores de las adolescentes mujeres.
Es relevante hacer dos aclaraciones fundamentales. En primer lugar, los resultados anteriormente mencionados son una percepción del adulto a cargo, por lo tanto no podemos afirmar en torno a ellos que las adolescentes mujeres han presentado signos de tristeza en mayor medida que los varones. Pero sí podemos afirmar que los adultos los han advertido en mayor medida en ellas.
En segundo lugar, estos cambios no son (necesariamente) una consecuencia directa de la pandemia. Muchos factores propios del contexto particular de cada adolescente, la pandemia, la transición a la pospandemia y el mismo crecimiento del NNA pueden encontrarse detrás de los cambios advertidos por los adultos.
Esta fase de pospandemia no solo llegó con cambios emocionales, sino también con modificaciones en la forma de vincularse. Al consultar a los adultos: ¿Has notado cambios en su forma de vincularse en esta fase de pospandemia? ¿Cómo ha cambiado?, la opción más seleccionada fue la negativa (“No, no he notado cambios”). Igualmente, identifican que alrededor de 1 de cada 3 jóvenes de 12 a 20 años se encuentra en esta etapa más retraído/a socialmente, mientras que menos de 1 de cada 3 se tornó más sociable. El saldo es entonces favorable al retraimiento de las infancias y adolescencias en esta etapa de post pandemia.
Los cambios en la manera de vincularse fueron menos notorias para los adultos responsables de niños y niñas de 6 a 11 años.
Adicionalmente, consultamos por cambios en relación al entorno cercano de los y las jóvenes. Frente a la pregunta: “¿Ha experimentado cambios en la relación con su familia, amigos o compañeros/as de clase?” la respuesta afirmativa excede el 50% para todos los tramos etarios evaluados.
Al indagar por una descripción breve de estos cambios, las respuestas se relacionaron mayoritariamente a un mayor aislamiento del NNA, la percepción por parte del adulto de que su círculo de amistades se ha reducido y a la mayor dificultad de los jóvenes a la hora de relacionarse, comunicarse con sus pares o salir de su habitación. Estas preocupaciones están fundamentalmente presentes en los adultos responsables del grupo de mayor edad (18 a 20 años).
Quienes abordan el vínculo intrafamiliar en su respuesta mencionan en gran medida una mayor agresividad, irritabilidad en el humor y distanciamiento, la falta de comunicación con sus familiares. La percepción generalizada de las familias sobre el nuevo vínculo con los jóvenes es que este ha empeorado significativamente.
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